Oración

sábado, 22 de abril de 2023

Una Noche de Invierno

 

Cada tanto, tal vez movido por mi psiquis melancólica y medio depresiva, siento la urgente necesidad de sumergirme en melodías que raspan el alma.


En mis años de niñez los primeros días de escuela estaban destinados a hacer una limpieza de los pupitres en que escribíamos. Era una escuela pobre y para cumplir la tarea debíamos llevar trozos de vidrio de botellas quebradas. Con ellos procedíamos a raspar las cubiertas para eliminar las marcas del año anterior. La mayoría de los rayones eran eliminados, pero siempre quedaban algunos que se resistían al paso del tiempo y del raspador.


Hoy la vida tiene demasiados ruidos. Mucha de la música que me veo obligado a escuchar a diario no es para mí más que ruido. Pero el ruido va dejando su marca. Una marca de liviandad que procura dejar el alma en la ceguera de sí misma. Lo veo en mí y en aquellos con los que me toca estar la mayor parte del día. Comenzamos a alienarnos de nosotros mismos. Comenzamos a disfrutar nadando en la superficie mas externa y brutal de las cosas y de nuestro ser. La superficie de la liviandad. En ella no hay lugar para la pregunta; sólo es posible la risa distraída, el pensamiento grosero, el deleite pasajero, la mirada obscena. La superficie de liviandad se va pegando en el alma aislándola de sí misma, tal como los rayones marcan la superficie de las mesas escolares.


No soy conocedor de la música, me hubiera gustado tener una mejor formación también en esto. Así y todo, he encontrado música que funciona tal como aquellos raspadores con los que raíamos nuestras mesas.


Pero si la música que debo escuchar obligadamente provee deleite y distracción, la otra, la que me salva, raspa el alma, la deja en carne viva. El alma comienza a abrir los ojos, antes cegados por la liviandad, y comienza a darse cuenta de su fragilidad y dolor.


Estas piezas musicales que voy encontrando producen el mismo efecto que debería producir la meditación y la oración en la vida cristiana. Por eso hoy me hace sentido la advertencia del maestro meditador: la meditación no es para todos, hay que tener una psiquis bien equilibrada.


En otro aspecto tan importante para mí como es la espiritualidad y la fe cristiana creo que ha pasado algo similar. La religión se ha transformado en una especie de entretención superficial que ha dejado a las personas sin contacto con el núcleo hiriente e inquietante de la fe. Los primeros discípulos debieron vérselas con ese núcleo fundamental: un Maestro Mesías que no obtuvo más gloria que una muerte miserable, cuyo cadáver se perdió en la putrefacción de una tumba desconocida en que fue lanzado por sus enemigos para procurar el olvido de la historia. La realidad raspó su alma y su fe dejándolas sangrantes. Sólo allí pudieron encontrarse y encontrar al Resucitado. Luego, el lenguaje mítico en que la crisis fue contado dejó el espacio para que muchos creyentes de la historia se quedaran en la superficie de la liviandad de la fe.


La muerte de mi padre hace unos años fue un duro raspador de mi alma. Hasta hoy permanece en carne viva, hasta hoy navega en la tempestad de la pregunta. Creo que nunca el alma es más alma que cuando se experimenta a sí misma en dicha tempestad. Es el dulce dolor de su fragilidad.


En 1995 un gran terremoto asoló Japón y dejó miles de muertos. Fue en una noche de invierno. Kohachiro Miyata, compositor e intérprete de shakuhachi, compuso una pequeña obra en que expresaba la desolación de los que sufrieron dicho terremoto: “A winter night”. Con esta obra, ejecutada por Rodrigo Rodríguez, me topé poco después que murió mi padre. Cuando la escucho, todavía funciona como afilado raspador de mi alma y de mi fe.

 

jueves, 8 de diciembre de 2022

Testigo

 



Participé hace unos días en el matrimonio religioso de unos amigos muy queridos.

Fue hermoso y contradictorio. Me ha dado para pensar en la situación en la que se encuentra la Iglesia en la actualidad.


Lo hermoso: el amor de dos amigos dándose la vida el uno al otro y compartiendo ese don con toda una comunidad. El bautismo de su hijo, un nuevo integrante de la comunidad de amor que debe ser la Iglesia.


Lo contradictorio. Cuatro sacerdotes presentes en la boda. El novio era el primero y más importante para la ocasión, había dejado el ministerio hace un par de años. El segundo, un tío de la novia, tan joven como su sobrina, y presente en la celebración con su novia, había dejado el ministerio poco más de un año. El tercero las hacía de fotógrafo, y no podía ejercer el ministerio por cuestiones legales canónicas. El cuarto era yo, elegido como testigo para la ocasión, fuera del ministerio hace 13 años, y estaba allí con mi esposa y mi hija.


Debía haber un quinto sacerdote, el que presidiría la celebración, amigo y ex compañero. Pero no llegó. Por cierto, se preocupó de delegar a un diácono casado, que, por suerte, estaba invitado como testigo de la boda. También, como buen párroco, estuvo atento a enviar la documentación correspondiente.


Las agendas parroquiales son, en no pocas ocasiones, instrumentos peligrosos. Ofrecen a la mente de quien las usa y de quien mira a la distancia la idea de una Iglesia muy bien organizada; una Iglesia que se va desarrollando como la mejor de las empresas, con unos objetivos delineados, unas estrategias pastorales que se van decidiendo en concienzudas reuniones de gerencia; una Iglesia que está atenta a usar los modernos medios de comunicación para hacer conocer el programa establecido; una Iglesia interesada en que se cumplan las normativas legales canónicas para que todo fluya con normalidad.


En fin, la celebración sacramental fue hermosa. Fui testigo, firmé el documento, como correspondía a la responsabilidad encomendada. Pero también fui testigo de una contradicción que se ahonda día a día. Fui testigo de la separación entre dos Iglesias: la Iglesia comunidad reunida para celebrar la vida, la Iglesia llena de vida como es la vida misma y, por otro lado, la Iglesia Institución, temerosa de explorar la vida misma, anquilosada, con dificultad para dejarse conducir por el viento del Espíritu. El viento del Espíritu es demasiado huracanado. Es más apacible la oficina parroquial.

jueves, 20 de enero de 2022

 Marginalia en Deventer

 



 


El fiel y laborioso monje no podía dejar atrás, sin más, esa horrible página de pergamino manchada y pestilente en medio de la valiosa obra que, como amanuense joven y diestro, copiaba en el scriptorium del monasterio que habitaba desde niño, en la ciudad de Deventer, en el año del Señor de 1420.


Esa mañana, en cuanto llegó a su puesto, encontró su obra caligráfica rociada con el asqueroso fluido. Su rostro abandonó la placidez con que la oración de laudes lo había adornado. Sus manos comenzaron a temblar a causa de la ira, que corrió como un fulgor por su brazo hasta tensar con fuerza los dedos para clavar con ímpetu el cuchillo de afilar la pluma sobre la mesa de escritura.


Su reacción no podía pasar desapercibida para el jefe de calígrafos ni para el resto de los hermanos que lo miraron con cara de pregunta.


El viejo hermano Anselmo, armado de la paciencia y la sabiduría que los años, y una vida de búsqueda de la virtud, le habían granjeado, se acercó silencioso. Una rápida mirada le bastó para darse cuenta del hallazgo que había desencadenado la reacción de su discípulo.


Con gesto casi imperceptible, invitó al amanuense a abandonar su puesto. Juntos cruzaron la puerta que daba al verde jardín central rodeado del corredor del claustro.


—El pergamino es caro en estos días, hijo mío, y el hermano Aldis procura con todo su ánimo mantener a raya a los ratones, permitiendo a sus gatos deambular por el scriptorium, pero ya ves, no siempre se logra lo que uno quiere. Anda ahora y medita aquello de la escritura: “Vanidad de vanidades, todo vanidad”. Recupera la calma, la paciencia y la alegría, que te conducirán a ser un perfecto amanuense y un mejor monje.


La regular curva de los arcos del claustro, repetida una y otra vez mientras recorría el pasillo que rodeaba el jardín, le hizo recobrar la calma y atisbar cierta alegría todavía bastante difusa.


La vida volvió a su rutina cotidiana en el scriptorium.


Una semana más tarde, cuando los monjes calígrafos se retiraron para preparar la oración de media tarde, el hermano Anselmo comenzó la revisión del avance en las copias de los libros encargados al monasterio. Al examinar el pergamino del día aquel, sus ojos se vieron sorprendidos y un gesto de complicidad se pintó en su rostro al ver la página manchada. La amarillenta suciedad resaltaba a causa del largo espacio dejado en blanco. Y en el margen, la venganza, uno de los pocos placeres de que podía disfrutar un joven amanuense que, en espléndida caligrafía, dejó para los siglos su explicación, su maldición y su consejo:


Aquí no falta nada, pero una noche un gato orinó encima. Maldito sea el condenado gato que se meó en este libro durante la noche en Deventer… Y mucho cuidado con dejar libros abiertos de noche en sitios donde pueden venir los gatos”1.



1https://www.vagabunda.mx/humor-medieval-en-los-margenes-de-antiguos-manuscritos/

miércoles, 29 de septiembre de 2021

La Muerte. Un tema anticuado y de mal gusto

 


 

 

Es un tema de viejos, me dice un amigo.

Es que me estoy poniendo viejo, le respondo medio en broma, medio en serio.

Yo no sé si es un tema de viejos o no. Lo que sé, es que ha estado presente siempre entre mis inquietudes y más ahora en que he tenido la experiencia de seres queridos que han cruzado la puerta de salida de esta vida.

Mientras a otros les apasionan las preguntas por el fútbol, la tecnología, la moda, la política,etc., a mí me da vueltas por la cabeza el oscuro misterio de la muerte. Según mi visión es un tema que se toca con el de Dios y finalmente también tiene que ver con el misterio de lo que soy.

Pensar en la muerte es de otro tiempo. Muchas veces me siento un ser de otro tiempo que perdió su lugar en la época que le correspondía vivir.

El pensamiento y la experiencia de la muerte han sido expulsados del pensamiento y de la vida de la sociedad actual. Se han hecho esfuerzos por sacarla incluso del lenguaje. Ya no existen cementerios, se han transformado en jardines. Ya pocos mueren en su casa, junto a su familia. El horror de morir debe estar en manos de técnicos especializados en ello: médicos, tens, servicios funerarios.

Y qué decir del velorio en casa; ya nadie se atreve ni puede. En casas del tamaño de una ratonera la caja del difunto no tendría más espacio que sobre la mesa del comedor, con los invitados pernoctando en la vereda.

Eran otros tiempos aquellos en que el nieto recibía a las claras, porque se encontraba con toda la familia al lado de la cama de su abuelo moribundo, la noticia indesmentible de que el viejo querido se había muerto, así, con todas sus letras, sellada con el silencioso llanto de la abuela, el grito casi teatral de la tía alharaca y los paseos cabizbajos de los hombres de la casa poniéndose de acuerdo en los pasos a seguir.

“Voló”, “descansó”, “se durmió”, “¡Vuela alto!”, hoy es mejor dejar que el nieto flote en la nube edulcorada de un lenguaje moderno “para evitar el trauma emocional” de tener que enfrentar con sus emociones la realidad limitada de la existencia.

Me intriga el misterio de la muerte. Creo que la muerte me rodea. La siento en los miles de células que son yo y que día a día vuelven a ser cosa y dejan de ser yo, tocadas por su misteriosa presencia. La siento en que lo que ayer fui ya no lo soy. La padezco en la ausencia de mi padre, en el silencio del amigo que ya no puede hablar.

Por fin, experimento el oscuro misterio de la muerte como ancla luminosa de la vida. Único cimiento verdadero. Única balanza incorrupta que nos dice el exacto peso de la vida.

¿No será que al mundo de hoy le falta, vaya paradoja, vivir más la muerte?

¿O será, más bien, que la muerte está secando mis neuronas y me voy quedando en ridículos pensamientos medievales que nada tienen que ver con el luminoso y dulce mundo moderno en que vivimos?

domingo, 27 de septiembre de 2020

 Del Lado de Dios

 

Veo, por estos días, la franja política. Unos buscan motivar el “Apruebo” y otros el “Rechazo” a una nueva constitución para el país.

Me quedo patitieso cuando veo a un representante evangélico que, con un lenguaje apocalíptico, declara estar “al lado de Dios” porque enarbola la defensa de una opción determinada, dejando implícitamente a los adversarios en el lado de Satanás.

El ser humano está llamado a desarrollar una dimensión de sí mismo que es la búsqueda y conexión con lo trascendente. A ella le llamamos espiritualidad. Se trata de una dimensión unificadora de las demás dimensiones. La espiritualidad da coherencia, sentido, dirección, finalidad a la vida.

Lamentablemente a lo largo de la historia la espiritualidad ha sido recluida en las cárceles de la religión. De las diversas religiones. Creo que la religión se ha constituido como una organización para tratar de controlar este original sentimiento de búsqueda de trascendencia.

La búsqueda de trascendencia, siendo, como es, un elemento tan central para conformar la vida de la persona, ha sido codiciado y manejado hábilmente por quien quiere hacerse del poder y mantenerse en él a como dé lugar.

La crisis de la religión de los últimos tiempos hacía ver que las personas se habían dado cuenta de la trampa que había detrás. Sin embargo me doy cuenta de que todavía la religión se mueve en sus últimos estertores.

Pretender manejar la idea de Dios para definirse a sí mismo como el garante de esa deidad me suena a profunda blasfemia. Y aunque sean afirmaciones en los estertores de la religión creo que no dejan de contener un serio peligro.

martes, 21 de julio de 2020

Viático







En la casa de campo
la demacrada cal
no aprende a borrar
las heridas y arrugas
del tiempo telúrico.
El sol de la mañana
se niega
a entrar por el pasillo frío,
húmedo y destartalado.
La vetusta puerta,
reacia y misteriosa,
celadora de tu mundo.
Me recibe el aire de vejez,
de orín, de años encharcados.
Y ahí te encuentro,
pequeño ovillo de la vida,
entre cobertores de trapos
que un día fueron trajes;
la penumbra me veda tu rostro;
el oído venido del barullo
apenas percibe el grito
de la inaudible plegaria que pronuncias.
Tus manos se asen a la escala
de tu rezo.
Tus ojos
sombreados de recuerdos de futuro
se animan un instante,
chispazo de eternidad,
cuando llevo
de mi mano hasta tu boca
el cuerpo de tu Dios.

sábado, 18 de julio de 2020

Juan 21


Nosotros en nuestro inmenso
barco factoría,
y a la distancia,
sobre la playa,
pescado y pan en la fogata,
Él espera
que volvamos.